Lo primero que debemos destacar es la impronta energética que el
femenino - en tanto tal - aporta. Esta
energía es base, junto con la masculina, de la polaridad que rige la
manifestación de la vida en la materia. En lo específico del género humano,
vemos que está constituido en base a dos polos opuestos y complementarios.
Dentro de este contexto, la energía femenina es la que implica
una apertura a la recepción de la energía masculina, como base para la
gestación de la vida. Una vez recibido el aporte de la energía masculina, el
femenino será encargado de llevar adelante la gestación del nuevo ser y de esa
forma asegurar la proliferación de la especie.
Esta es la mirada que se sustenta en la biología de los seres humanos y que también
podemos encontrar en otros reinos. Ahora bien, existen otras miradas que nos
pueden aportar la complejidad que refleja un ser humano, ya que la preservación
biológica de su ser – más allá de ser la primigenia – no es la única fuente de
crecimiento humano. Junto con el desarrollo físico de cada ser existe
paralelamente un desarrollo psíquico que va a estar nutrido por vínculos
específicos que afectaran su crecimiento a lo largo de la vida. Este es el
campo concreto donde se dirimen las batallas entre femeninos y masculinos,
deseos y reglamentaciones, necesidades y anhelos que dan forma a los procesos
culturales a través del tiempo.
Dadas las características de la especie humana, los recién
nacidos son particularmente vulnerables, ya que – a diferencia de la mayoría de
los mamíferos – no pueden valerse por sí mismo, caminar y alimentarse hasta
varios años después de su nacimiento. Es aquí donde entra en juego el rol
“madre” que implica, más allá de la reproducción y gestación, el cuidado de los
nuevos seres hasta que logran su autonomía. El rol madre no sólo dará cuenta de
los cuidados necesarios para la vida física sino que además implicará el
acompañamiento del desarrollo emocional y psíquico del infante. Este rol que
resulta en gran medida el que mayor suministro de energía femenina ha consumido
a lo largo del desarrollo de la especie, tiene una importancia radical en la
maduración del ser humano dada su capacidad de limitar o habilitar la paulatina
independencia de sus hijos.
Cuando hicimos referencia a los antecedentes mitológicos de Lilith
y su aparición u “ocultamiento” en los textos y tradiciones ancestrales vemos
que su postura frente al femenino no es contraria a la función biológica, ya
que ella – siendo fuente de contacto con la fuerza de los instintos – lleva al
femenino al encuentro y la proliferación. Ahora veamos qué sucede con Eva.
De acuerdo a la postura que la tradición, sustentada en bases sociales y
religiosas, le asigna es un rol de esposa-madre, es decir que acepta el papel
biológico y se amolda a una sumisión y dependencia del rol masculino,
incluyendo ser considerada una posesión. Pero vemos con posterioridad según el
relato, que el germen de conocer: “aprender más sobre sí misma” está presente
en ella y es así como encontramos la participación de Lilith – su
contraparte inconsciente – que la lleva a transgredir lo que había acordado, llevándose
a Adán junto con ella en esta transgresión.
Como hemos dicho en un comienzo, el lugar de la polaridad
necesita ser cubierto por una energía masculina que lo complemente, y en el
caso de la Luna en su rol madre, su complemento en rol padre será cubierto por
Saturno, que podemos ver en la carta natal como imagen de padre, autoridad y
ley, según sea el caso. Desde la mirada astrológica, el femenino Eva y el
masculino Adán estableciendo un vínculo y formando una familia para su
descendencia, asumen las energías de Luna y Saturno.
Veamos ahora el otro arquetipo femenino que conocemos:
Venus o Afrodita es una diosa de la mitología greco-romana que nos
pone frente a una energía femenina que no está enfocada – ni mucho menos
destinada – a la maternidad si bien, como la propia Diosa, no se niega a ella.
Pero el aspecto biológico de su naturaleza no la obliga a asumir un rol lunar.
Venus se
caracteriza por ser un femenino consustanciado con su deseo y con su habilidad
por hacerse desear, por lo que su vinculación con el masculino es en un plano
de igualdad: vínculo de pareja. ¿Qué nos está diciendo esto? que lo que
este femenino busca en el contacto con el masculino es la satisfacción de su
deseo, la complementación de sus propios polos masculinos y femeninos internos
en el encuentro con otro cuerpo, con otro ser. Obviamente aquí también la
biología está presente en la capacidad de atracción que ambas partes ejercen y
en el contacto que tienen con su propia interioridad, pero esto no implica
- en forma ineluctable - la
descendencia.
Esta intersección
no necesita ser forzosamente problemática, pero el desarrollo de la especie ha
contribuido a generar una confrontación de roles que no permite un
funcionamiento equilibrado de la energía femenina.
Veamos en
profundidad porqué, sin pretender entrar en abismos antropológicos sino
sosteniendo nuestra mirada astrológica.
Resumiendo lo ya
visto diremos que Lilith mitológica es una energía femenina que
no cuenta con un cuerpo físico para poder expresarse, como castigo divino por
no aceptar la sumisión frente al masculino o sea por sostener su posición de
igual. Por este motivo fue convertida en una energía incorpórea, una energía
psíquica, cuya función se redujo a vivir a través de la sugestión de deseos
inconscientes en mentes tanto de mujeres como de hombres. Esta resolución del
conflicto con Adán, insatisfactoria para ella, la enemista con su creador
llevándola a provocar “La caída del Paraíso” y a ser relegada como castigo al
“mundo de los caídos”.
Cuando hablamos de la función
energética de Marte nos estamos
refiriendo a la dinámica que cumple esa energía dentro del sistema y - en ese
sentido - la función es generar el movimiento que desequilibre el “statu quo” y
de inicio a un nuevo proceso de manifestación de







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