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22.5.25

MASCULINO Y FEMENINO: TRABAJANDO LA PROPIA DUALIDAD


 

Lo primero que debemos destacar es la impronta energética que el femenino - en tanto tal -  aporta. Esta energía es base, junto con la masculina, de la polaridad que rige la manifestación de la vida en la materia. En lo específico del género humano, vemos que está constituido en base a dos polos opuestos y complementarios.

 

Dentro de este contexto, la energía femenina es la que implica una apertura a la recepción de la energía masculina, como base para la gestación de la vida. Una vez recibido el aporte de la energía masculina, el femenino será encargado de llevar adelante la gestación del nuevo ser y de esa forma asegurar la proliferación de la especie.

 

Esta es la mirada que se sustenta  en la biología de los seres humanos y que también podemos encontrar en otros reinos. Ahora bien, existen otras miradas que nos pueden aportar la complejidad que refleja un ser humano, ya que la preservación biológica de su ser – más allá de ser la primigenia – no es la única fuente de crecimiento humano. Junto con el desarrollo físico de cada ser existe paralelamente un desarrollo psíquico que va a estar nutrido por vínculos específicos que afectaran su crecimiento a lo largo de la vida. Este es el campo concreto donde se dirimen las batallas entre femeninos y masculinos, deseos y reglamentaciones, necesidades y anhelos que dan forma a los procesos culturales a través del tiempo.

 

Es importante destacar que cuando se alude a “femenino y masculino” estamos hablando de roles que – en líneas generales – están acompañados de cuerpos de hombre y mujer. La corporalidad  está fundada en sustentos biológicos pero los roles de género dependen del desarrollo de los procesos psíquicos del ser humano que – como podemos apreciar en esta Era de Acuario – van trayendo multiplicidad de cambios y aportes nuevos de vinculación. Es por esto que los arquetipos femeninos que detallaremos a continuación corresponden a estereotipos que – haciendo uso de la biología y el aporte del desarrollo psíquico – ha construido el colectivo humano desde sus inicios.


 Cuando hablamos de Luna nos estamos refiriendo al estado más “biológico” de la energía femenina, es decir aquel que más está ligado al instinto procreador y que como ya sabemos es la función que -  por antonomasia -  nos viene siendo dada a las mujeres ya que, desde el inicio de los tiempos, la proliferación de la especie era la más importante - sino la única – preponderancia en la vida.

 

Dadas las características de la especie humana, los recién nacidos son particularmente vulnerables, ya que – a diferencia de la mayoría de los mamíferos – no pueden valerse por sí mismo, caminar y alimentarse hasta varios años después de su nacimiento. Es aquí donde entra en juego el rol “madre” que implica, más allá de la reproducción y gestación, el cuidado de los nuevos seres hasta que logran su autonomía. El rol madre no sólo dará cuenta de los cuidados necesarios para la vida física sino que además implicará el acompañamiento del desarrollo emocional y psíquico del infante. Este rol que resulta en gran medida el que mayor suministro de energía femenina ha consumido a lo largo del desarrollo de la especie, tiene una importancia radical en la maduración del ser humano dada su capacidad de limitar o habilitar la paulatina independencia de sus hijos.

 

Cuando hicimos referencia a los antecedentes mitológicos de Lilith y su aparición u “ocultamiento” en los textos y tradiciones ancestrales vemos que su postura frente al femenino no es contraria a la función biológica, ya que ella – siendo fuente de contacto con la fuerza de los instintos – lleva al femenino al encuentro y la proliferación. Ahora veamos qué sucede con Eva. De acuerdo a la postura que la tradición, sustentada en bases sociales y religiosas, le asigna es un rol de esposa-madre, es decir que acepta el papel biológico y se amolda a una sumisión y dependencia del rol masculino, incluyendo ser considerada una posesión. Pero vemos con posterioridad según el relato, que el germen de conocer: “aprender más sobre sí misma” está presente en ella y es así como encontramos la participación de Lilith – su contraparte inconsciente – que la lleva a transgredir lo que había acordado, llevándose a Adán junto con ella en esta transgresión.

 

Como hemos dicho en un comienzo, el lugar de la polaridad necesita ser cubierto por una energía masculina que lo complemente, y en el caso de la Luna en su rol madre, su complemento en rol padre será cubierto por Saturno, que podemos ver en la carta natal como imagen de padre, autoridad y ley, según sea el caso. Desde la mirada astrológica, el femenino Eva y el masculino Adán estableciendo un vínculo y formando una familia para su descendencia, asumen las energías de Luna y Saturno.

 Veamos ahora el otro arquetipo femenino que conocemos:


Venus o Afrodita es una diosa de la mitología greco-romana que nos pone frente a una energía femenina que no está enfocada – ni mucho menos destinada – a la maternidad si bien, como la propia Diosa, no se niega a ella. Pero el aspecto biológico de su naturaleza no la obliga a asumir un rol lunar.

 

Venus se caracteriza por ser un femenino consustanciado con su deseo y con su habilidad por hacerse desear, por lo que su vinculación con el masculino es en un plano de igualdad: vínculo de pareja. ¿Qué nos está diciendo esto? que lo que este femenino busca en el contacto con el masculino es la satisfacción de su deseo, la complementación de sus propios polos masculinos y femeninos internos en el encuentro con otro cuerpo, con otro ser. Obviamente aquí también la biología está presente en la capacidad de atracción que ambas partes ejercen y en el contacto que tienen con su propia interioridad, pero esto no implica -  en forma ineluctable - la descendencia.

 

Es aquí donde nos encontramos con el acerbo cultural, la presión psicológica y las expectativas que cada ser humano lleva en sí en relación a su vida. El vínculo femenino-masculino que proponen Venus y Marte – según la mirada astrológica -  es un vínculo de complementación entre dos seres humanos que comparten cuerpos, emociones, instintos y sentimientos inclusive pero que no los compromete a una función social – como lo es la formación de una familia. Pero como hemos visto tantas veces a lo largo de la historia, el vínculo comienza como Venus-Marte y termina en Luna-Saturno

Veamos ahora qué papel queda para Lilith dentro de este esquema, según lo observado anteriormente dentro del contexto mitológico, la posición de Lilith, se podría ubicar en una intersección entre Luna y Venus.

 


Esta intersección no necesita ser forzosamente problemática, pero el desarrollo de la especie ha contribuido a generar una confrontación de roles que no permite un funcionamiento equilibrado de la energía femenina.

Veamos en profundidad porqué, sin pretender entrar en abismos antropológicos sino sosteniendo nuestra mirada astrológica.

 

Resumiendo lo ya visto diremos que Lilith mitológica es una energía femenina que no cuenta con un cuerpo físico para poder expresarse, como castigo divino por no aceptar la sumisión frente al masculino o sea por sostener su posición de igual. Por este motivo fue convertida en una energía incorpórea, una energía psíquica, cuya función se redujo a vivir a través de la sugestión de deseos inconscientes en mentes tanto de mujeres como de hombres. Esta resolución del conflicto con Adán, insatisfactoria para ella, la enemista con su creador llevándola a provocar “La caída del Paraíso” y a ser relegada como castigo al “mundo de los caídos”.

 

Lilith se manifiesta a partir de este contexto dado como una inclinación dar prioridad a la fuerza de los instintos más allá de lo que las reglas culturales sostenidas en la ética y moral imperante según el momento histórico, puedan permitir. Es aquí donde encontramos el origen del conflicto con la manifestación femenina de Lilith. 


En relación a la energía masculina sucede asimismo una ampliación y transformación en la conformación de roles, pero aún así operan en nuestro inconsciente los arquetipos ancestrales con los cuales actualmente estamos lidiando a la hora de encontrar nuestro complemento "masculino-femenino". Algunos de los principales arquetipos masculinos como El Padre, El Amante, El Guerrero o El Rey, están asociados a las energías de Saturno, Marte y El Sol, en diversas modalidades, según el elemento que los rija (tierra, agua, aire o fuego),



Estos arquetipos y otros más que forman una amplia red de manifestaciones de la energía masculina, darán cuenta en su interacción con la energía femenina de las complejidades que vivimos los seres humanos en el campo vincular.

Cuando hablamos de la función energética  de Marte nos estamos refiriendo a la dinámica que cumple esa energía dentro del sistema y - en ese sentido - la función es generar el movimiento que desequilibre el “statu quo” y de inicio a un nuevo proceso de manifestación de la materia. Este movimiento es unidireccional, expansivo y genera un despliegue posterior. Marte es el motor del fuego ariano y de la fusión escorpiana. Como podemos apreciar Marte representa – por su movimiento energético – el principio masculino o yang. Y así como discriminamos en el principio femenino las funciones de Luna y Venus, para el caso del principio masculino necesitamos diferenciar Marte y Saturno.

 

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